Normalmente averiguamos cuánto cuesta una cosa antes de adquirirla. Casi siempre, los bienes o servicios que nos gustan cuestan. La mayoría paga el costo de los productos que compra y, por lo tanto, se ve forzada a hacer una decisión que llamaríamos «racional».
Existen también los llamados bienes públicos, aquellos de los que todos pagamos el costo aunque no los usemos: plazas, seguridad y justicia, por nombrar algunos. Pero en este caso, el valor está bien definido. Se puede calcular el costo de construir y mantener una plaza, y hay formas de conocer cuál es el beneficio «social».
Rara vez un feriado se ofrece como una oportunidad para no trabajar, aun cuando en casi todos eso sea obligatorio. La principal excepción son los 52 sabbat mandados por el Creador, los que nadie se anima o desea discutir. Los «feriados puente» son otra cuestión, bastante posterior a la creación. Y se suma el Carnaval.
Hay feriados que tienen un amplio consenso sociocultural para justificar ser no laborables, factor que en muchos casos es además necesario: Navidad, Año Nuevo o Acción de Gracias se celebran con reuniones familiares amplias que requieren la no laboralidad. Hay otros, como los días que se celebran las independencias o el Día del Trabajo, que poseen un cierto grado de consenso social. El Día de la Madre o el Padre requieren reuniones familiares más íntimas y tuvimos el sentido común de hacerlas siempre un domingo.
Un paso razonable sería que, ante la ignorancia de los costos, se acote la no laboriosidad de los feriados a aquellos casos en que la misma es absolutamente indispensable para que se cumpla el objetivo primario del feriado, que normalmente es honrar a alguien o algo. El resto que pasen a domingo o se limiten a homenajes recordatorios en los ámbitos relevantes.
Fuente: La Nación